jueves, 19 de enero de 2012

Levantarnos de mal humor no nos supone ningún esfuerzo. Es más, resulta hasta sencillo. Si tenemos un mal día, todo lo acusamos a eso: si contestamos mal a alguien, es porque tenemos un mal día; si nos enfadamos, es culpa del mal humor; si nos irritamos innecesariamente, es porque nos hemos levantado con el pie izquierdo.  Es muy fácil quejarse, lamentarse, vivir con el pesimismo como filosofía de vida, y echarle la culpa a lo que sea menos a nosotros. Y es fácil también irritarse a las primeras de cambio, herir a alguien que no se lo merece simplemente porque algo no nos ha salido bien, pensar que somos unos fracasados porque un par de veces las cosas no han ido como esperábamos. Creemos que no podemos ser lo que queramos solo porque no luchamos por ello. Es muy fácil ser negativo, pesimista, y un fracasado ante nuestros ojos. Es lo que menos esfuerzo nos supone. Estar de mal humor parece más fácil que sacar una sonrisa en los momentos bajos. Lamentarse parece la opción ideal para evitar aprender de los errores. Y decir que nosotros no podemos aspirar a más, es una forma rápida de cortarnos las alas que nos permiten recorrer el camino hacia nuestros sueños.

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